El otro día, en la Junta de Accionistas del Sevilla F.C. el presidente José Mª del Nido abroncó a los aficionados por no animar suficientemente al equipo en el estadio.
O dicho de otra manera, el presidente de una sociedad anónima abroncó a sus clientes por no consumir como él cree que deberían hacerlo. Porque los clubs de fútbol (salvo injustas excepciones) son sociedades anónimas, y los abonados que pagan sus carnets, y los aficionados que compran sus entradas son sus clientes.
¿Qué harían ustedes si su peluquero les criticara por ir a pelarse por la tarde en lugar de por la mañana? Cortarse el pelo en otra peluquería.
¿Y si el gerente de Carrefour le echara la bronca por ir con su carro por unos pasillos en vez de otros que él prefiere? Se irían a comprar a Mercadona.
¿Y que harían si el gerente de Repsol le ordenara que repostara gasoil en lugar de sin plomo? Se marcharía con su coche a otra gasolinera.
En un mercado libre, cuando un consumidor no está satisfecho con una empresa, se cambia a otra y punto. Esa es la base de la competencia. Sin embargo, hay una excepción a esto, y es el caso de que un producto es ofrecido por una única empresa. En ese caso los clientes no pueden cambiar de proveedor, y tiene que aguantar todo lo que les echen si quieren seguir consumiendo ese producto. Ese caso se llama Monopolio.
Los aficionados a un equipo de fútbol no lo son por una razón lógica, sino sentmiental. A lo largo de sus vidas, de pequeños o de mayores, van sintiendo una afinidad por unos colores, se alegran cuando gana un equipo y se entristecen cuando pierde. Y llega un momento en que eso no se puede cambiar, uno ya es sevillista, o bético, o valencianista para toda la vida. Entonces ya tiene que consumir el producto Sevilla F.C., o el producto Valencia C.F., sean quienes sean sus dirigentes, y sin importar cómo éstos les traten.
Eso es un monopolio, el monopolio de los sentimientos deportivos. El que goza de esa posición de privilegio tiene la posibilidad de hacer casi lo que quiera con sus clientes, pero eso no quiere decir que siempre tenga razón, o que todo lo que haga esté bien. Una cosa es ejercer un liderazgo moral, y otra cosa es decirle a todo el mundo lo que tiene que hacer.
Creo que Del Nido se equivocó al dirigirse como lo hizo a los aficionados del Sevilla. Ser el presidente le da derecho a gestionar la sociedad, pero no a mandar sobre los sevillistas. Somos sus clientes, no sus empleados.
Ni siquiera teniendo razón, a mi parecer, en el fondo de lo que dijo.
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